Egoístas, mandones, torpes socialmente, celosos… Esta es la fama que precede a los hijos únicos. Sin embargo, numerosos estudios científicos están comenzando a desafiar estos prejuicios arraigados en nuestra sociedad.
“La evidencia, en general, no apoya la idea de que los niños que crecen como hijos únicos tienen una especie de déficit en sus habilidades sociales, comparados con los niños que crecen con hermanos”, afirma Alice Goisis, profesora asociada de Demografía del Centro de Estudios Longitudinales del University College de Londres.
Según la investigadora, los hijos únicos son “comparables en términos de personalidad, relación con sus padres, logros, motivaciones y adaptación personal con niños que tienen hermanos”.
Un estudio llevado a cabo por Goisis y sus colegas revela que son otros los factores de mayor peso que influyen en el desarrollo de los niños, como, por ejemplo, la situación socioeconómica de la familia o los recursos emocionales de los que disponen los padres.
Esta investigación demuestra que las discrepancias que se observan en algunos estudios no se deben al hecho de ser hijo único per sé, sino al contexto en el que estos crecen. Por lo tanto, la importancia del entorno y la variedad entre los hijos únicos hacen que esta no pueda considerarse como una categoría en sí misma.
A pesar de que el impacto en términos cognitivos o de sociabilidad puede no ser significativo, y se debe en mayor medida al contexto en el que crece ese niño, esto no significa que no podamos observar diferencias. De hecho, cada posición dentro de la familia tiene sus ventajas y desventajas.
Por ejemplo, los hijos únicos suelen destacar en el ámbito lingüístico gracias a la interacción constante con los adultos. Además, son muy buenos organizando y empleando su tiempo libre, ya que al no tener hermanos, tienen que decidir qué hacer con él.
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