Durante el mes de septiembre, y más específicamente en torno al Día Mundial para la Prevención del Suicidio (10 de septiembre), se han generado numerosos debates sobre la eficacia de las políticas de prevención en diversos medios y plataformas digitales. Sin embargo, estas discusiones se ven ensombrecidas por denuncias preocupantes de maltrato en los centros asistenciales de Paraguay. Aquellos que buscan ayuda se encuentran con una realidad aterradora, lo que cuestiona seriamente la práctica de aislar a los pacientes mentales en instituciones psiquiátricas. En lugar de ofrecer cuidado y apoyo, estos centros parecen alimentar el miedo y la desconfianza. Entonces surge la pregunta: ¿Cómo podemos abordar estas crisis de salud mental de manera efectiva?
En RDN, nos pusimos en contacto con el médico psiquiatra Agustín Barúa Caffarena para discutir esta problemática social que va más allá de los muros de los centros psiquiátricos.
La solución puede residir en promover políticas que fomenten la confianza social y la coexistencia, en lugar de intensificar la segregación y la desconfianza.
A.B.: No tenemos una concepción de la salud mental sin encierro. Cuando pensamos en salud mental, automáticamente pensamos “llévale al neuro”. Hay una lógica carcelaria arraigada, no solo en la psiquiatría predominante, sino también en nuestra sociedad, que considera que el sufrimiento mental es peligroso; peligroso para uno mismo y peligroso para los demás. Por lo tanto, prevalece la idea de custodia sobre la de cuidado. Subordinamos el cuidado a la custodia, a la vigilancia, y por ende, a la represión.
Este es el primer supuesto. El segundo es que, como resultado de este imaginario social, las políticas presupuestarias de salud mental del Ministerio de Salud son todas carcelarias. El sesenta y cinco por ciento del presupuesto de gastos del Ministerio de Salud se destina al Hospital Psiquiátrico, es decir, al encierro. Este es un gran problema porque carecemos de dispositivos de cuidado de salud mental descentralizados y comunitarios con una visión cotidiana y territorial. Tenemos una visión de la salud mental centrada en la vigilancia, que ve al otro como peligroso y que se aborda con psicofármacos. Y si la situación se agrava: encierro. Esta es la perspectiva predominante que tenemos. Por lo tanto, nuestras respuestas a las crisis de salud mental casi siempre se rigen por estas lógicas.
A.B.: La psiquiatría carcelaria es un efecto del miedo social. Los psiquiatras existimos porque la gente tiene miedo de sí misma, de conocerse, y tiene miedo de aquellos que son diferentes a ellos. Hay una simbiosis entre la psiquiatría carcelaria y el miedo social a la diferencia. Cuando abordamos los problemas sociales con pitbulls, cámaras, guardias de seguridad, alambrados, solicitando la intervención de Lince y la represión, nos cuesta mucho ver que en realidad todos estamos desprotegidos, sin derechos y, por ende, desconfiados y aterrorizados de los demás. Por eso, la psiquiatría carcelaria funciona también, porque responde a ese miedo social.
A.B.: Me gusta mucho una frase de Ruth Benedict, una antropóloga estadounidense, que decía: “la tarea de la antropología es cuidar las diferencias humanas”. Somos una sociedad cada vez más temerosa de lo diferente. El espacio público, por ejemplo. En Asunción, el espacio público pertenece a los centros comerciales; si puedes consumir, tienes espacio público, o tienes el espacio público del miedo, el lugar de la llamada inseguridad.
En el fondo, lo que hacemos al construir barrios cerrados, elevar muros, colocar rejas, etc., es fortalecer la desconfianza social. Mientras no tengamos políticas públicas de convivencia, de reconocimiento en la diferencia y de interculturalidad, donde el otro trae una cultura distinta a la mía y no es mi enemigo por ser diferente, nos encontraremos cada vez más encerrados y desconfiados. Por lo tanto, las casas, los hogares, la familia, la vida llamada privada, están cada vez más llenos de conflictos. La violencia de género y las violencias sexuales son eminentemente intrafamiliares. Pensamos que el enemigo está afuera, pero en realidad está muy adentro de nuestras vidas cotidianas. Necesitamos desarrollar políticas de proximidad y cercanía, de construcción de confianza social, porque dejado a la mano dura, lo que va a producir es más encierro, más miedo y más enemistad social.
A.B.: El hospital psiquiátrico es la piedra angular del modelo manicomial. Este modelo está basado en la idea de peligro social y de respuestas terapéuticas de encierro y vigilancia. Pero el problema no es el Hospital Psiquiátrico central per se, sino que acapara casi todo el presupuesto destinado a la salud mental, que por cierto es mísero. Los estándares de la OMS para el presupuesto de salud mental son del 10%. Nosotros tenemos solo el 1% del presupuesto nacional destinado a la salud mental y, de ese porcentaje, un 65% va al Hospital Psiquiátrico. Es una miseria. Obviamente, no queda nada para trabajar los problemas de salud mental a nivel comunitario en el resto del país.
Además, el hospital psiquiátrico actúa como un imán social. Mientras exista, la frase “llévale al neuro” seguirá funcionando como la supuesta respuesta terapéutica.
Siempre me pregunto: ¿cómo llegamos a comprender que la respuesta a una persona en crisis de salud mental es tomarla a la fuerza, llevarla a un lugar desconocido, encerrarla en una celda, llenarla de psicofármacos y dejarla sola? Si eso es terapéutico, tenemos una idea muy equivocada de lo que significa terapéutico.
Creo que también debemos pensar en el hospital psiquiátrico como un espejo social. Mientras la sociedad no quiera mirarse con todas sus contradicciones y miserias, y piense que se soluciona la salud mental poniendo a una persona al otro lado de la muralla, seguiremos creyendo en la dicotomía entre “cuerdo” y “loco”, cuando en realidad todos somos una mezcla de cordura y locura.
Además, depositamos todo el peso y la crudeza en los trabajadores del hospital psiquiátrico, quienes también terminan siendo muy dañados. En una institución donde se construye tanto poder y tanta asimetría a favor de los funcionarios y en contra de la gente internada, es muy fácil que se produzcan abusos.
Por tanto, los trabajadores del hospital psiquiátrico también terminan siendo víctimas de la lógica carcelaria. Ese es el problema de las lógicas custodiales: el que custodia también es custodiado y también es víctima. Esto no solo ocurre en las cárceles psiquiátricas, sino también en lugares como Tacumbú, donde se pueden ver los efectos de la perversión de la propia lógica institucional.
En Paraguay no tenemos discusión sobre las instituciones. Existe toda una disciplina llamada Análisis Institucional, pero ni siquiera tenemos una carrera en todo el país para pensar en ello.
Agustín Barúa Caffarena, médico psiquiatra comunitario, antropólogo, terapeuta placero, escritor e investigador en Salud mental comunitaria.
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